Michel Foucault

VIGILAR Y CASTIGAR
Michel Foucault
DISCIPLINA
I. LOS CUERPOS DÓCILES
He
aquí la figura ideal del soldado tal como se describía aún a comienzos
del siglo XVII. El soldado es por principio de cuentas alguien a quien
se reconoce de lejos. Lleva en sí unos signos: los signos naturales de
su vigor y de su valentía, las marcas también de su altivez; su cuerpo
es el blasón de su fuerza y de su ánimo; y si bien es cierto que debe
aprender poco a poco el oficio de las armas —esencialmente batiéndose—,
habilidades como la marcha, actitudes como la posición de la cabeza,
dependen en buena parte de una retórica corporal del honor: "Los signos
para reconocer a los más idóneos en este oficio son los ojos vivos y
despiertos, la cabeza erguida, el estómago levantado, los hombros
anchos, los brazos largos, los dedos fuertes, el vientre hundido, los
muslos gruesos, las piernas flacas y los pies secos; porque el hombre de
tales proporciones no podrá dejar de ser ágil y fuerte." Llegado a
piquero, el soldado "deberá, al marchar, tomar la cadencia del paso para
tener la mayor gracia y gravedad posibles; porque la pica es un arma
honorable que merece ser llevada con gesto grave y audaz".223 Segunda
mitad del siglo XVIII: el soldado se ha convertido en algo que se
fabrica; de una pasta informe, de un cuerpo inepto, se ha hecho la
máquina que se necesitaba; se han corregido poco a poco las posturas;
lentamente, una coacción calculada recorre cada parte del cuerpo, lo
domina, pliega el conjunto, lo vuelve perpetuamente disponible, y se
prolonga, en silencio, en el automatismo de los hábitos; en suma, se ha
"expulsado al campesino" y se le ha dado el "aire del soldado".224
Se habitúa a los reclutas "a llevar la cabeza derecha y alta; a mantenerse erguido sin encorvar la espalda, a adelantar el vientre, a sacar el pecho y meter la espalda; y a fin de que contraigan el hábito, se les dará esta posición apoyándolos contra una pared, de manera que los talones, las pantorrillas, los hombros y la cintura toquen a la misma, así como el dorso de las manos, volviendo los brazos hacia afuera, sin despegarlos del cuerpo... se les enseñará igualmente a no poner jamás los ojos en el suelo, sino a mirar osadamente a aquellos ante quienes pasan... a mantenerse inmóviles aguardando la voz de mando, sin mover la cabeza, las manos ni los pies... finalmente, a marchar con paso firme, la rodilla y el corvejón tensos, la punta del pie apuntando hacia abajo y hacia afuera".225 Ha habido, en el curso de la edad clásica, todo un descubrimiento del cuerpo como objeto y blanco de poder. Podrían encontrarse fácilmente signos de esta gran atención dedicada entonces al cuerpo, al cuerpo que se manipula, al que se da forma, que se educa, que obedece, que responde, que se vuelve hábil o cuyas fuerzas se multiplican. £1 gran libro del Hombre-máquina ha sido escrito simultáneamente sobre dos registros: el anatomo-metafísico, del que Descartes había compuesto las primeras páginas y que los médicos y los filósofos continuaron, y el técnico-político, que estuvo constituido por todo un conjunto de reglamentos militares, escolares, hospitalarios, y por procedimientos empíricos y reflexivos para controlar o corregir las operaciones del cuerpo. Dos registros muy distintos ya que se trataba aquí de sumisión y de utilización, allá de funcionamiento y de explicación: cuerpo útil, cuerpo inteligible. Y, sin embargo, del uno al otro, puntos de cruce. L'Homme-machine de La Mettrie es a la vez una reducción materialista del alma y una teoría general de la educación, en el centro de las cuales domina la noción de "docilidad" que une al cuerpo analizable el cuerpo manipulable. Es dócil un cuerpo que puede ser sometido, que
Se habitúa a los reclutas "a llevar la cabeza derecha y alta; a mantenerse erguido sin encorvar la espalda, a adelantar el vientre, a sacar el pecho y meter la espalda; y a fin de que contraigan el hábito, se les dará esta posición apoyándolos contra una pared, de manera que los talones, las pantorrillas, los hombros y la cintura toquen a la misma, así como el dorso de las manos, volviendo los brazos hacia afuera, sin despegarlos del cuerpo... se les enseñará igualmente a no poner jamás los ojos en el suelo, sino a mirar osadamente a aquellos ante quienes pasan... a mantenerse inmóviles aguardando la voz de mando, sin mover la cabeza, las manos ni los pies... finalmente, a marchar con paso firme, la rodilla y el corvejón tensos, la punta del pie apuntando hacia abajo y hacia afuera".225 Ha habido, en el curso de la edad clásica, todo un descubrimiento del cuerpo como objeto y blanco de poder. Podrían encontrarse fácilmente signos de esta gran atención dedicada entonces al cuerpo, al cuerpo que se manipula, al que se da forma, que se educa, que obedece, que responde, que se vuelve hábil o cuyas fuerzas se multiplican. £1 gran libro del Hombre-máquina ha sido escrito simultáneamente sobre dos registros: el anatomo-metafísico, del que Descartes había compuesto las primeras páginas y que los médicos y los filósofos continuaron, y el técnico-político, que estuvo constituido por todo un conjunto de reglamentos militares, escolares, hospitalarios, y por procedimientos empíricos y reflexivos para controlar o corregir las operaciones del cuerpo. Dos registros muy distintos ya que se trataba aquí de sumisión y de utilización, allá de funcionamiento y de explicación: cuerpo útil, cuerpo inteligible. Y, sin embargo, del uno al otro, puntos de cruce. L'Homme-machine de La Mettrie es a la vez una reducción materialista del alma y una teoría general de la educación, en el centro de las cuales domina la noción de "docilidad" que une al cuerpo analizable el cuerpo manipulable. Es dócil un cuerpo que puede ser sometido, que
uede
ser utilizado, que puede ser trasformado y perfeccionado. Los famosos
autómatas, por su parte, no eran únicamente una manera de ilustrar el
organismo; eran también unos muñecos políticos, unos modelos reducidos
de poder: obsesión de Federico II, rey minucioso de maquinitas, de
regimientos bien adiestrados y de prolongados ejercicios. En estos
esquemas de docilidad, que tanto interés tenían para el siglo XVIII,
¿qué hay que sea tan nuevo? No es la primera vez, indudablemente, que el
cuerpo constituye el objeto de intereses tan imperiosos y tan
apremiantes; en toda sociedad, el cuerpo queda prendido en el interior
de poderes muy ceñidos, que le imponen coacciones, interdicciones u
obligaciones. Sin embargo, hay varias cosas que son nuevas en estas
técnicas. En primer lugar, la escala del control: no estamos en el caso
de tratar el cuerpo, en masa, en líneas generales, como si fuera una
unidad indisociable, sino de trabajarlo en sus partes, de ejercer sobre
él una coerción débil, de asegurar presas al nivel mismo de la mecánica:
movimientos, gestos, actitudes, rapidez; poder infinitesimal sobre el
cuerpo activo. A continuación, el objeto del control: no los elementos, o
ya no los elementos significantes de la conducta o el lenguaje del
cuerpo, sino la economía, la eficacia de los movimientos, su
organización interna; la coacción sobre las fuerzas más que sobre los
signos; la única ceremonia que importa realmente es la del ejercicio. La
modalidad, en fin: implica una coerción ininterrumpida, constante, que
vela sobre los procesos de la actividad más que sobre su resultado y se
ejerce según una codificación que retícula con la mayor aproximación el
tiempo, el espacio y los movimientos. A estos métodos que permiten el
control minucioso de las operaciones del cuerpo, que garantizan la
sujeción constante de sus fuerzas y les imponen una relación de
docilidad-utilidad, es a lo que se puede llamar las "disciplinas".
Muchos procedimientos
disciplinarios
existían desde largo tiempo atrás, en los conventos, en los ejércitos,
también en los talleres. Pero las disciplinas han llegado a ser en el
trascurso de los siglos XVII y XVIII unas fórmulas generales de
dominación. Distintas de la esclavitud, puesto que no se fundan sobre
una relación de apropiación de los cuerpos, es incluso elegancia de la
disciplina prescindir de esa relación costosa y violenta obteniendo
efecto de utilidad tan grande por lo menos. Distintas también de la
domesticidad, que es una relación de dominación constante, global,
masiva, no analítica, ilimitada, y establecida bajo la forma de la
voluntad singular del amo, su "capricho". Distintas del vasallaje, que
es una relación de sumisión extremadamente codificada, pero lejana y
que
atañe menos a las operaciones del cuerpo que a los productos del
trabajo y a las marcas rituales del vasallaje. Distintas también del
ascetismo y de las "disciplinas" de tipo monástico, que tienen por
función garantizar renunciaciones más que aumentos de utilidad y que, si
bien implican la obediencia a otro, tienen por objeto principal un
aumento del dominio de cada cual sobre su propio cuerpo. El momento
histórico de las disciplina es el momento en que nace un arte del cuerpo
humano, que no tiende únicamente al aumento de sus habilidades, ni
tampoco a hacer más pesada su sujeción, sino a la formación de un
vínculo que, en el mismo mecanismo, lo hace tanto más obediente cuanto
más útil, y al revés. Fórmase entonces una política de las coerciones
que constituyen un trabajo sobre el cuerpo, una manipulación calculada
de sus elementos, de sus gestos, de sus comportamientos. El cuerpo
humano entra en un mecanismo de poder que lo explora, lo desarticula y
lo recompone. Una "anatomía política", que es igualmente una "mecánica
del poder", está naciendo; define cómo se puede hacer presa en el cuerpo
de los demás, no simplemente para que ellos hagan lo que se desea, sino
para que operen como se quiere, con las Técnicas, según la rapidez y la
eficacia que se determina. La disciplina fabrica así cuerpos sometidos y
ejercitados, cuerpos "dóciles". La disciplina aumenta las fuerzas del
cuerpo (en términos económicos de utilidad) y disminuye esas mismas
fuerzas (en términos políticos de obediencia). En una palabra: disocia
el poder del cuerpo; de una parte, hace de este poder una "aptitud", una
"capacidad" que trata de aumentar, y cambia por otra parte la energía,
la potencia que de ello podría resultar, y la convierte en una relación
de sujeción estricta. Si la explotación económica separa la fuerza y el
producto del trabajo, digamos que la coerción disciplinaria establece en
el cuerpo el vínculo de coacción entre una aptitud aumentada y una
dominación acrecentada.
La
"invención" de esta nueva anatomía política no se debe entender como un
repentino descubrimiento, sino como una multiplicidad de procesos con
frecuencia menores, de origen diferente, de localización diseminada, que
coinciden, se repiten, o se imitan, se apoyan unos sobre otros, se
distinguen según su dominio de aplicación, entran en convergencia y
dibujan poco a poco el diseño de un método general. Se los encuentra
actuando en los colegios, desde hora temprana más tarde en las escuelas
elementales; han invadido lentamente el espacio hospitalario, y en unas
décadas han restructurado la organización militar. Han circulado a veces
muy de prisa y de un punto a otro (entre el ejército y las escuelas
técnicas o los colegios y liceos), otras veces lentamente y de manera
más discreta (militarización insidiosa de los grandes talleres).
Siempre, o casi siempre, se han impuesto para responder a exigencias de
coyuntura: aquí una innovación industrial, allá la recrudescencia de
ciertas enfermedades epidémicas, en otro lugar la invención del fusil o
las victorias de Prusia. Lo cual no impide que se inscriban en total en
unas trasformaciones generales y esenciales que será preciso tratar de
extraer.
No
se trata de hacer aquí la historia de las diferentes instituciones
disciplinarias, en lo que cada una pueda tener de singular, sino
únicamente de señalar en una serie de ejemplos algunas de las técnicas
esenciales que, de una en otra, se han generalizado más fácilmente.
Técnicas minuciosas siempre, con frecuencia ínfimas, pero que tienen su
importancia, puesto que definen cierto modo de adscripción política y
detallada del cuerpo, una nueva "microfísica" del poder; y puesto que no
han cesado desde el siglo XVII de invadir dominios cada vez más
amplios, como si tendieran a cubrir el cuerpo social entero. Pequeños
ardides dotados de un gran poder de difusión, acondicionamientos
sutiles, de apariencia inocente, pero en extremo sospechosos,
dispositivos que obedecen a inconfesables economías, o que persiguen
coerciones sin grandeza, son ellos, sin embargo, los que han provocado
la mutación del régimen punitivo en el umbral de la época contemporánea.
Describirlos implicará el estancarse en el detalle y la atención a las
minucias: buscar bajo las menores figuras no un sentido, sino una
precaución; situarlos no sólo en la solidaridad de un funcionamiento,
sino en la coherencia de una táctica. Ardides, menos de la gran razón
que trabaja hasta en su sueño y da sentido a lo insignificante, que de
la atenta "malevolencia" que todo lo aprovecha. La disciplina es una
anatomía política del detalle. Para advertir las impaciencias,
recordemos al mariscal de Sajonia: "Aunque quienes se ocupan de los
detalles son considerados como personas limitadas, me parece, sin
embargo, que este aspecto es esencial, porque es el fundamento, y porque
es imposible levantar ningún edificio ni establecer método alguno sin
contar con sus principios. No basta tener afición a la arquitectura. Hay
que conocer el corte de las piedras." 226 De este "corte de las
piedras" se podría escribir toda una historia, historia de la
racionalización utilitaria del detalle en la contabilidad moral y el
control político. La era clásica no la ha inaugurado; la ha acelerado,
ha cambiado su escala, le ha proporcionado instrumentos precisos y quizá
le ha encontrado algunos ecos en el cálculo de lo infinitamente pequeño
o en la descripción de las características más sutiles de los seres
naturales. En todo caso, el "detalle" era desde hacía ya mucho tiempo
una categoría de la teología y del ascetismo: todo detalle es
importante, ya que a los ojos de Dios, no hay inmensidad alguna mayor
que un detalle, pero nada es lo bastante pequeño para no haber sido
querido por una de sus voluntades singulares. En esta gran tradición de
la eminencia del detalle vendrán a alojarse, sin dificultad, todas las
meticulosidades de la educación cristiana, de la pedagogía escolar o
militar, de todas las formas finalmente de encarnamiento de la conducta.
Para el hombre disciplinado, como para el verdadero creyente, ningún
detalle es indiferente, pero menos por el sentido que en él se oculta
que por la presa que en él encuentra el poder que quiere aprehenderlo.
Característico, ese gran himno a las "cosas pequeñas" y a su eterna
importancia, cantado por Juan Bautista de La Salle, en su Tratado de las
obligaciones de los hermanos de las Escuelas Cristianas. La mística de
lo cotidiano se une en él a la disciplina de lo minúsculo. "¡Cuan
peligroso es no hacer caso de las cosas pequeñas! Una reflexión muy
consoladora para un alma como la mía, poco capaz de grandes acciones, es
pensar que la fidelidad a las cosas pequeñas puede elevarnos, por un
progreso insensible, a la santidad más eminente; porque las cosas
pequeñas disponen para las grandes...
Cosas
pequeñas, se dirá, ¡ay, Dios mío!, ¿qué podemos hacer que sea grande
para vos, siendo como somos, criaturas débiles y mortales? Cosas
pequeñas; si las grandes se presentan, ¿las practicaríamos? ¿No las
creeríamos por encima de nuestras fuerzas? Cosas pequeñas; ¿y si Dios
las acepta y tiene a bien recibirlas como grandes? Cosas pequeñas; ¿se
ha experimentado? ¿Se juzga de acuerdo con la experiencia? Cosas
pequeñas; ¿se es tan culpable, si considerándolas tales, nos negamos a
ellas? Cosas pequeñas; ¡ellas son, sin embargo, las que a la larga han
formado grandes santos! Sí, cosas pequeñas; pero grandes móviles,
grandes sentimientos, gran fervor, gran ardor, y, por consiguiente,
grandes méritos, grandes tesoros, grandes recompensas." 227 La minucia
de los reglamentos, la mirada puntillosa de las inspecciones, la
sujeción a control de las menores partículas de la vida y del cuerpo
darán pronto, dentro del marco de la escuela, del cuartel, del hospital o
del taller, un contenido laicizado, una racionalidad económica o
técnica a este cálculo místico de lo ínfimo y del infinito. Y una
Historia del Detalle en el siglo XVIII, colocada bajo el signo de Juan
Bautista de La Salle, rozando a Leibniz y a Buffon, pasando por Federico
II, atravesando la pedagogía, la medicina, la táctica militar y la
economía, debería conducir al hombre que había soñado, a fines del
siglo, ser un nuevo Newton, no ya el de las inmensidades del cielo o de
las masas planetarias, sino de los "pequeños cuerpos", de los pequeños
movimientos, de las pequeñas acciones; al hombre que respondió a Monge
("No había más que un mundo que descubrir"): "¿Qué es lo que oigo? El
mundo de los detalles, ¿quién ha pensado jamás en ese otro, en ése? Yo,
desde los quince años creía en él. Me ocupé de él entonces, y este
recuerdo vive en mí, como una idea fija que no me abandona jamás... Este
otro mundo es el más importante de todos cuantos me había lisonjeado de
descubrir: pensar en ello me parte el corazón." 228 No lo descubrió;
pero sabido es que se propuso organizado, y que quiso establecer en
torno suyo un dispositivo de poder que le permitiera percibir hasta el
más pequeño acontecimiento del Estado que gobernaba; pretendía, por
medio de la rigurosa disciplina que hacía reinar, "abarcar el conjunto
de aquella vasta máquina sin que, no obstante, pudiera pasarle
inadvertido el menor detalle".229 Una observación minuciosa del detalle,
y a la vez una consideración política de estas pequeñas cosas, para el
control y la utilización de los hombres, se abren paso a través de la
época clásica, llevando consigo todo un conjunto de técnicas, todo un
corpus de procedimientos y de saber, de descripciones, de recetas y de
datos. Y de estas fruslerías, sin duda, ha nacido el hombre del
humanismo moderno.230
EL ARTE DE LAS DISTRIBUCIONES
La
disciplina procede ante todo a la distribución de los individuos en el
espacio. Para ello, emplea varias técnicas. 1) La disciplina exige a
veces la clausura, la especificación de un lugar heterogéneo a todos los
demás y cerrado sobre sí mismo. Lugar protegido de la monotonía
disciplinaria. Ha existido el gran "encierro" de los vagabundos y de los
indigentes; ha habido otros más discretos, pero insidiosos y eficaces.
Colegios: el modelo de convento se impone poco a poco; el internado
aparece como el régimen de educación si no más frecuente, al menos el
más perfecto; pasa a ser obligatorio en Louis-le-Grand cuando, después
de la marcha de los jesuítas, se hace de él un colegio modelo.231
Cuarteles: es preciso asentar el ejército, masa vagabunda; impedir el
saqueo y las violencias; aplacar a los habitantes que soportan mal la
presencia de las tropas de paso; evitar los conflictos con las
autoridades civiles; detener las deserciones; controlar los gastos. La
ordenanza de 1719 prescribe la construcción de varios centenares de
cuarteles a imitación de los dispuestos ya en el sur; en ellos el
encierro sería estricto: "El conjunto estará cercado y cerrado por una
muralla de diez pies de altura que rodeará dichos pabellones, a treinta
pies de distancia por todos los lados" —y esto para mantener las tropas
"en el orden y la disciplina y para que el oficial se halle en situación
de responder de ellas".232 En 1745 había cuarteles en 320 ciudades
aproximadamente, y se estimaba en 200000 hombres sobre poco más o menos
la capacidad total de los cuarteles en 1775.233 Al lado de los talleres
diseminados se desarrollaban también grandes espacios manufactureros,
homogéneos y bien delimitados a la vez: las manufacturas reunidas
primero, después las fábricas en la segunda mitad del siglo XVIII (las
fundiciones de la Chaussade ocupan toda la península de Médine, entre el
Nièvre y el Loira; para instalar la fábrica de In-dret en 1777,
Wilkinson dispone sobre el Loira una isla, a fuerza de terraplenes y de
diques; Toufait construye Le Creusot en el valle de la Charbonnière,
remodelado por él, e instala en la fábrica misma alojamientos para
obreros); es un cambio de escala, es también un nuevo tipo de control.
La fábrica explícitamente se asemeja al convento, a la fortaleza, a una
ciudad cerrada; el guardián "no abrirá las puertas hasta la entrada de
los obreros, V luego que la campana que anuncia la reanudación de los
trabajos haya sonado"; un cuarto de hora después nadie tendrá derecho a
entrar; al final de la jornada, los jefes de taller tienen la obligación
de entregar las llaves al portero de la manufactura que abre entonces
las puertas.234 Se trata, a medida que se concentran las fuerzas de
producción, de obtener de ellas el máximo de ventajas y de neutralizar
sus inconvenientes (robos, interrupciones del trabajo, agitaciones y
"cábalas"); de proteger los materiales y útiles y de dominar las fuerzas
de trabajo: "El orden y la seguridad que deben mantenerse exigen que
todos los obreros estén reunidos bajo el mismo techo, a fin de que aquel
de los socios que está encargado de la dirección de la manufactura
pueda prevenir y remediar los abusos que pudieran introducirse entre los
obreros y detener su avance desde el comienzo."235
2)
Pero el principio de "clausura" no es ni constante, ni indispensable,
ni suficiente en los aparatos disciplinarios. Éstos trabajan el espacio
de una manera mucho más flexible y más fina. V en primer lugar según el
principio de localización elemental o de la división en zonas. A cada
individuo su lugar; y en cada emplazamiento un individuo. Evitar las
distribuciones por grupos; descomponer las implantaciones colectivas;
analizar las pluralidades confusas, masivas o huidizas. El espacio
disciplinario tiende a dividirse en tantas parcelas como cuerpos o
elementos que repartir hay. Es preciso anular los efectos de las
distribuciones indecisas, la desaparición incontrolada de los
individuos, su circulación difusa, su coagulación inutilizable y
peligrosa; táctica de antideserción, de antivagabundeo, de
antiaglomeración. Se trata de establecer las presencias y las ausencias,
de saber dónde y cómo encontrar a los individuos, instaurar las
comunicaciones útiles, interrumpir las que no lo son, poder en cada
instante vigilar la conducta de cada cual, apreciarla, sancionarla,
medir las cualidades o los méritos. Procedimiento, pues, para conocer,
para dominar y para utilizar. La disciplina organiza un espacio
analítico. Y aquí, todavía, encuentra un viejo procedimiento
arquitectónico y religioso: la celda de los conventos. Incluso si los
compartimientos que asigna llegan a ser puramente ideales, el espacio de
las disciplinas es siempre, en el fondo, celular. Soledad necesaria del
cuerpo y del alma decía cierto ascetismo: deben por momentos al menos
afrontar solos la tentación y quizá la severidad de Dios. "El sueño es
la imagen de la muerte, el dormitorio es la imagen del sepulcro...
aunque los dormitorios sean comunes, los lechos están, sin embargo,
dispuestos de tal manera y se cierran a tal punto por medio de las
cortinas, que las mujeres pueden levantarse y acostarse sin verse." 236
Pero ésta no es todavía sino una forma bastante aproximada. 3) La regla
de los emplazamientos funcionales va poco a poco, en las instituciones
disciplinarias, a codificar un espacio que la arquitectura dejaba en
general disponible y dispuesto para varios usos. Se fijan unos lugares
determinados para responder no sólo a la necesidad de vigilar, de romper
las comunicaciones peligrosas, sino también de crear un espacio útil.
El proceso aparece claramente en los hospitales, sobre todo en los
hospitales militares y navales. En Francia, parece que Rochefort ha
servido de experimentación y de modelo. Un puerto, y un puerto militar,
es, con los circuitos de mercancías, los hombres enrolados de grado o
por fuerza, los marinos que se embarcan y
desembarcan,
las enfermedades y epidemias, un lugar de deserción, de contrabando, de
contagio; encrucijada de mezclas peligrosas, cruce de circulaciones
prohibidas. El hospital marítimo, debe, por lo tanto, curar, pero por
ello mismo, ha de ser un filtro, un dispositivo que localice y
seleccione; es preciso que garantice el dominio sobre toda esa movilidad
y ese hormigueo, descomponiendo su confusión de la ilegalidad y del
mal. La vigilancia médica de las enfermedades y de los contagios es en
él solidaria de toda una serie de otros controles; militar sobre los
desertores, fiscal sobre las mercancías, administrativo sobre los
remedios, las raciones, las desapariciones, las curaciones, las muertes,
las simulaciones. De donde la necesidad de distribuir y de
compartimentar el espacio con rigor. Las primeras medidas adoptadas en
Rochefort concernían a las cosas más que a los hombres, a las mercancías
preciosas más que a los enfermos. Las disposiciones de la vigilancia
fiscal y económica preceden las técnicas de la observación médica:
localización de los medicamentos en cofres cerrados, registro de su
utilización; un poco después, se pone en marcha un sistema para
verificar el número efectivo de los enfermos, su identidad, las unidades
de que dependen; después se reglamentan sus idas y venidas, se les
obliga a permanecer en sus salas; en cada lecho se coloca el nombre de
quien se encuentra en él; todo individuo atendido figura en un registro
que el médico debe consultar durante la visita; más tarde vendrán el
aislamiento de los contagiosos, las camas separadas. Poco a poco, un
espacio administrativo y político se articula en espacio terapéutico,
tiende a individualizar los cuerpos, las enfermedades, los síntomas, las
vidas y las muertes; constituye un cuadro real de singularidades
yuxtapuestas y cuidadosamente distintas. Nace de la disciplina un
espacio médicamente útil.
En
las fábricas que aparecen a fines del siglo XVIII, el principio de la
división en zonas individualizantes se complica. Se trata a la vez de
distribuir a los individuos en un espacio en el que es posible aislarlos
y localizarlos; pero también de articular esta distribución sobre un
aparato de producción que tiene sus exigencias propias. Hay que ligar la
distribución de los cuerpos, la disposición espacial del aparato de
producción y las diferentes formas de actividad en la distribución de
los "puestos". A este principio obedece la manufactura de Oberkampf, en
Jouy. Está formada por una serie de talleres especificados de acuerdo
con cada gran tipo de operaciones: para los estampadores, los
trasportadores, los entintadores, las afinadoras, los grabadores, los
tintoreros. El mayor de los edificios, construido en 1791, por Toussaint
Barré, tiene ciento diez metros de longitud y tres pisos. La planta
baja está destinada, en lo esencial, al estampado y contiene ciento
treinta y dos mesas dispuestas en dos hileras a lo largo de la sala que
recibe luz por ochenta y ocho ventanas; cada estampador trabaja en una
mesa, con su "tirador", encargado de preparar y de extender los colores.
264 personas en total. Al extremo de cada mesa hay una especie de
enrejado sobre el cual deja el obrero, para que se seque, la tela que
acaba de estampar.237
Recorriendo
el pasillo central del taller es posible ejercer una vigilancia general
e individual a la vez: comprobar la presencia y la aplicación del
obrero, así como la calidad de su trabajo; comparar a los obreros entre
sí, clasificarlos según su habilidad y su rapidez, y seguir los estadios
sucesivos de la fabricación. Todas estas disposiciones en serie forman
un cuadriculado permanente en el que se aclaran las confusiones:238 es
decir que la producción se divide y el proceso de trabajo se articula
por una parte según sus fases, sus estadios o sus operaciones
elementales, y por otra, según los individuos que lo efectúan: los
cuerpos singulares que a él se aplican. Cada variable de esta fuerza
—vigor, rapidez, habilidad, constancia— puede ser observada, y por lo
tanto caracterizada, apreciada, contabilizada, y referida a aquel que es
su agente particular. Rotulando así de manera perfectamente legible
toda la serie de los cuerpos singulares, la fuerza de trabajo puede
analizarse en unidades individuales. Bajo la división del proceso de
producción, al mismo tiempo que ella, se encuentra, en el nacimiento de
la gran industria, la descomposición individualizante de la fuerza de
trabajo; las distribuciones del espacio disciplinario han garantizado a
menudo una y otra.
4)
En la disciplina, los elementos son intercambiables puesto que cada uno
se define por el lugar que ocupa en una serie, y por la distancia que
lo separa de los otros. La unidad en ella no es, pues, ni el territorio
(unidad de dominación), ni el lugar (unidad de residencia), sino el
rango: el lugar que se ocupa en una clasificación, el punto donde se
cruzan una línea y una columna, el intervalo en una serie de intervalos
que se pueden recorrer unos después de otros. La disciplina, arte del
rango y técnica para la trasformación de las combinaciones.
Individualiza los cuerpos por una localización que no los implanta, pero
los distribuye y los hace circular en un sistema de relaciones.
Consideremos el ejemplo de la "clase". En los colegios de los jesuítas,
se encontraba todavía una
organización
binaria y masiva a la vez: las clases, que podían contar hasta
doscientos o trescientos alumnos, y estaban divididas en grupos de diez.
Cada uno de estos grupos con su decurión, estabacolocado en un campo,
el romano o el cartaginés; a cada decuria correspondía una decuria
contraria. La forma general era la de la guerra y la rivalidad; el
trabajo, el aprendizaje, la clasificación se efectuaba bajo la forma del
torneo, por medio del enfrentamiento de los dos ejércitos; la
prestación de cada alumno estaba inscrita en ese duelo general;
aseguraba, por su parte, la victoria o las derrotas de un campo y a los
alumnos se les asignaba un lugar que correspondía a la función de cada
uno y a su valor de combatiente en el grupo unitario de su decuria.239
Es de advertir, por lo demás, que esta comedia romana permitiría
vincular a los jercicios binarios de la rivalidad una disposición
espacial inspirada en la legión, con rango, jerarquía y vigilancia
piramidal. No hay que olvidar que de una manera general, el modelo
romano, en la época de las Luces, ha desempeñado un doble papel; bajo su
apariencia republicana, era la institución misma de la libertad; bajo
su faz militar, era el esquema ideal de la disciplina. La Roma del siglo
XVIII y de la Revolución es la del Senado, pero también la de la
legión; la del Foro, pero la de los campamentos. Hasta el Imperio, la
referencia romana ha trasportado, de una manera ambigua, el ideal
jurídico de la ciudadanía y la técnica de los procedimientos
disciplinarios. En todo caso, lo que en la fábula antigua que se
representaba permanentemente en los colegios de los jesuítas había de
estrictamente disciplinario ha predominado sobre lo que tenía de torneo y
de remedo de guerra. Poco a poco —pero sobre todo después de 1762— el
espacio escolar se despliega; la clase se torna homogénea, ya no está
compuesta sino de elementos individuales que vienen a disponerse los
unos al lado de los otros bajo la mirada del maestro. El "rango", en el
siglo XVIII, comienza a definir la gran forma de distribución de los
individuos en el orden escolar: hileras de alumnos en la clase, los
pasillos y los estudios; rango atribuido a cada uno con motivo de
cada
tarea y cada prueba, rango que obtiene de semana en semana, de mes en
mes, de año en año; alineamiento de los grupos de edad unos a
continuación de los otros; sucesión de las materias enseñadas, de las
cuestiones tratadas según un orden de dificultad creciente. Y en este
conjunto de alineamientos obligatorios, cada alumno de acuerdo con su
edad, sus adelantos y su conducta, ocupa ya un orden ya otro; se
desplaza sin cesar por esas series de casillas, las unas, ideales, que
marcan una jerarquía del saber o de la capacidad, las otras que deben
traducir materialmente en el espacio de la clase o del colegio la
distribución de los valores o de los méritos. Movimiento perpetuo en el
que los individuos sustituyen unos a otros, en un espacio ritmado por
intervalos
alineados.
La organización de un espacio serial fue una de las grandes mutaciones
técnicas de la enseñanza elemental. Permitió sobrepasar el sistema
tradicional (un alumno que trabaja unos minutos con el maestro, mientras
el grupo confuso de los que esperan permanece ocioso y sin vigilancia).
Al asignar lugares individuales, ha hecho posible el control de cada
cual y el trabajo simultáneo de todos. Ha organizado una nueva economía
del tiempo de aprendizaje. Ha hecho funcionar el espacio escolar como
una máquina de aprender, pero también de vigilar, de jerarquizar, de
recompensar. J.-B. de La Salle soñaba con una clase cuya distribución
espacial pudiera asegurar a la vez toda una serie de distinciones: según
el grado de adelanto de los alumnos, según el valor de cada uno, según
la mayor o menor bondad de carácter, según su mayor o menor aplicación,
según su limpieza y según la fortuna de sus padres. Entonces, la sala de
clase formaría un gran cuadro único, de entradas múltiples, bajo la
mirada cuidadosamente "clasificadora" del maestro: "Habrá en todas las
clases lugares asignados para todos los escolares de todas las
lecciones, de suerte que todos los de la misma lección estén colocados
en un mismo lugar y siempre fijo. Los escolares de las lecciones más
adelantadas estarán sentados en los bancos más cercanos al muro, y los
otros a continuación según el orden de las lecciones, avanzando hacia
el
centro de la clase... Cada uno de los alumnos tendrá su lugar
determinado y ninguno abandonará ni cambiará el suyo sino por orden y
con el consentimiento del inspector de las escuelas." Habrá de hacer de
modo que "aquellos cuyos padres son descuidados y tienen parásitos estén
separados de los que van limpios y no los tienen; que un escolar
frívolo y disipado esté entre dos sensatos y sosegados, un libertino o
bien solo o entre dos piadosos".240 Al organizar las "celdas", los
"lugares" y los "rangos", fabrican las disciplinas espacios complejos:
arquitectónicos,
funcionales y jerárquicos a la vez. Son unos espacios que establecen la
fijación y permiten la circulación; recortan segmentos individuales e
instauran relaciones operatorias; marcan lugares e indican valores;
garantizan la obediencia de los individuos pero también una mejor
economía del tiempo y de los gestos. Son espacios mixtos: reales, ya que
rigen la disposición de pabellones, de salas, de mobiliarios; pero
ideales, ya que se proyectan sobre la ordenación de las
caracterizaciones, de las estimaciones, de las jerarquías. La primera de
las grandes operaciones de la disciplina es, pues, la constitución de
"cuadros vivos" que trasforman las multitudes confusas, inútiles o
peligrosas, en multiplicidades ordenadas. La constitución de "cuadros"
ha sido uno de los grandes problemas de ta tecnología científica,
política y económica del siglo XVIII: disponer jardines de plantas y de
animales, y hacer al mismo tiempo clasificaciones racionales de los
seres vivos; observar, controlar, regularizar la circulación de las
mercancías y de la moneda y construir así un cuadro económico que pueda
valer como principio de enriquecimiento; inspeccionar a los hombres,
comprobar su presencia y su ausencia, y constituir un registro general y
permanente de las fuerzas armadas; distribuir los enfermos, separarlos
unos de otros, dividir con cuidado el espacio de los hospitales y hacer
una clasificación sistemática de las enfermedades: otras tantas
operaciones paralelas en que los dos constituyentes —distribución y
análisis, control e inteligibilidad— son solidarios el uno del otro. El
cuadro, en el siglo XVIII, es a la vez una técnica de poder y un
procedimiento de saber. Se trata de organizar lo múltiple, de procurarse
un instrumento para recorrerlo y dominarlo; se trata de imponerle un
"orden". Como el jefe de ejército de que hablaba Guibert, el
naturalista, el médico, el economista están "cegados por la inmensidad,
aturdidos por la multitud... las combinaciones innumerables que resultan
de la multiplicidad de los objetos, tantas atenciones reunidas forman
una carga que sobrepasa sus fuerzas. La ciencia de la guerra moderna al
perfeccionarse, al acercarse a los verdaderos principios, podría
volverse más simple y menos difícil"; los ejércitos "con tácticas
simples, análogas, susceptibles de plegarse a todos los movimientos...
serían más fáciles de poner en movimiento y de conducir"
.241
Táctica, ordenamiento espacial de los hombres; taxonomía, espacio
disciplinario de los seres naturales; cuadro económico, movimiento
regulado de las riquezas. Pero el cuadro no desempeña la misma función
en estos diferentes registros. En el orden de la economía, permite la
medida de las cantidades y el análisis de los movimientos. Bajo la forma
de la taxonomía, tiene como función caracterizar (y por consiguiente
reducir las singularidades individuales), y constituir clases (por lo
tanto excluir las consideraciones de número). Pero en la forma de la
distribución disciplinaria, la ordenación en cuadro tiene como función,
por el contrario, tratar la multiplicidad por sí misma, distribuirla y
obtener de ella el mayor número de efectos posibles. Mientras que la
taxonomía natural se sitúa sobre el eje que va del carácter a la
categoría, la táctica disciplinaria se sitúa sobre el eje que une lo
singular con lo múltiple. Permite a la vez la caracterización del
individuo como individuo, y la ordenación de una multiplicidad dada. Es
la condición primera para el control y el uso de un conjunto de
elementos distintos: la base para una microfísica de un poder que se
podría llamar "celular".
223 L. de Montgommery, La Milice française, edición de 1636, pp. 6 y 7.
224 Ordenanza del 20 de marzo de 1764.
225 Ibid.
226 Maréchal de Saxe, Mes réveries, t. I. Avant-propos, p. 5.
227 J.-B. de La Salle, Traite sur les obligations des frères des Écoles chrétiennes, edición de 1783, pp. 238-239.
228
E. Geoffroy Saint-Hilaire atribuye esta declaración a Bonaparte, en la
Introducción a lasNotions synthétiques et historiques de philosophie
naturelle.
229 J. B. Treilhard, Motifs du code d'instruction criminelle, 1808, p. 14.
230
Elegiré los ejemplos de las instituciones militares, médicas, escolares
e industriales. Otros ejemplos podrían tomarse de la colonización, la
esclavitud y los cuidados de la primera infancia.
231 Cf. Ph. Aries, L'enfant et la famille, 1960, pp. 308-313, y G. Snyders, La pédagogie en
France aux XVIIe et XVIIle siècles, 1965, pp. 35-41.
232 L'ordonnance militaire, 25 de septiembre de 1719. Cf. lám. 5.
233
Daisy, Le Royaume de France, 1745, pp. 201-209; Mémoire anonyme de 1775
(Dépôt de la guerre, 3689, f. 156). A Navereau, Le logement et les
ustensiles des gens de guerre de 1439 à 1789,1924, pp. 132-135. Cf.
láms. 5 y 6.
234 Projet de règlement pour l'aciérie d'Amboise, Archives nationales, f. 12 1301.
235 "Mémoire au roi, à propos de la fabrique de toile à voiles d'Angers", en V. Dauphin,
Recherches sur l'industrie textile en Anjou, 1913, p. 199.
236
Règlement pour la communauté des filles du Bon Pasteur, en Delamare,
Traité de police,libro III, título v, p. 507. Cf. también lám. 9.
237 Reglamento de la fábrica de Saint-Maur. B. N. Ms. col. Delamare. Manufactures III.
238 Cf. lo que decía La Métherie al visitar Le Creusot: "Las construcciones para tan
hermoso establecimiento y una cantidad tan grande de obras diferentes, debían tener una
extensión suficiente, con el fin de que no hubiera confusión entre los obreros durante el
tiempo de trabajo" (Journal de physique, t. xxx, 1787, p. 66).
239 Cf. C. de Rochemonteix, Un collège au XV11e siècle, 1889, t. III, pp. 51ss.
240 J.-B. de La Salle, Conduite des écoles chrétiennes, B. N. Ms. 1I759, pp. 248-249.
Poco
tiempo antes, Batencour proponía que las salas de clase estuvieran
divididas en trespartes: "La más honorable para los que aprenden
latín... Es de desear que haya tantos lugares en las esas como alumnos
que escriban, para evitar las confusiones que provocan de ordinario los
perezosos." En otra los que aprenden a leer; un banco para los ricos,
otro para los pobres, "a fin de que los parásitos no se trasmitan". El
tercer emplazamiento para los recién llegados: "Cuando se ha reconocido
su capacidad, se les fija un lugar" ( B., Instruction méthodique pour
l'école paroissiale, 1669, pp. 56-57). Cf. láms. 10-11.
241 J. A. de Guibert, Essai général de tactique, I. Discurso preliminar, p. xxxvi.